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La cultura de una sociedad está inscripta en su lengua. El conocimiento de la lengua es el requerimiento básico para la integración social.
Desde sus primeros días de vida el niño hace intentos de comunicación, manifestado en forma de llanto, haciendo uso de un primer sistema de señales. Al producirlo instintivamente y recibir una respuesta se instala un valor simbólico.

Cuando se articulan en forma armónica los componentes genéticos, el medio familiar-emocional y el medio social adecuado, el lenguaje se estructura y se manifiesta sin dificultades ni deformaciones.
Sin embargo, conjugándose todos estos factores en la forma armónica mencionada, suelen observarse en muchas ocasiones alteraciones en la producción del habla de un niño.
Estas alteraciones pueden tener distintos orígenes y distintos grados de severidad; involucrando otros síntomas o constituyendo una entidad única.

Así, podemos distinguir diferentes estadios de desarrollo del lenguaje:

Una primera fase correspondiente al laleo, que se origina en los reflejos de succión, deglución y llanto, que correspondería a una etapa de protolenguaje. Ya a los dos meses de vida el bebé produce los sonidos y experimenta placer por escucharlos, estableciendo una clara diferencia con los patrones de alimentación.
Posteriormente surge una autoimitación de sonidos, propios y del medio que lo rodea, al llamamos balbuceo . Estos sonidos inicialmente son muy variados y cerca del octavo y noveno mes comienzan a restringirse en relación a la lengua materna.
A partir de los dieciocho meses de desarrolla el lenguaje simbólico, formulando frases de dos palabras. En este momento es de gran importancia la estimulación y el refuerzo por parte de quienes conviven con este niño, para contribuir a la fijación de los modelos evocados.
Desde el segundo año de vida se desarrolla el habla espontánea y aumenta el vocabulario.
Hacia los tres años hace oraciones simples y reemplaza su nombre por el pronombre “yo”.
Aproximadamente a los cinco años, el niño ya utiliza más de 2500 palabras con ninguna o muy escasas fallas articulatorias.
Finalmente, entre los seis y doce años, se incrementa y refuerza el vocabulario con el ejercicio de la lecto-escritura. En este período del desarrollo evoluciona el pensamiento lógico y la comprensión de lo abstracto.

 

 

Fga. María Florencia Belacin
M.N. 6202 – M.P. 4266